Hasta hace un par de años, en el atrio de la iglesia, es decir, la parte trasera del templo, yacía un olivo de más de 150 años producto de una de las afrentas más sangrientas y tristes en la historia acambayense, derivado de una lucha de castas, digna de una película.
El orquestador de esta revuelta es un personaje llamado Antonio Gómez Portugal, aunque se desconoce de dónde procedía y qué fue de él.
En la actualidad vivimos tiempos de división, de clasismo, racismo, etc, pero no es un tema nuevo para México o para nuestro municipio, la discriminación siempre ha existido, quizá antes de las conquista, pero con este acontecimiento se acrecentó más.
Si bien en Acambay el clasismo y racismo no está tan
marcado como en otras partes del país, durante el siglo XIX hubo un movimiento,
hasta cierto punto, revolucionario por parte de los indígenas que vivían en las
comunidades contra los de la cabecera municipal, cuyo final es, quizá, uno de
los hitos más sangrientos de municipio.
Para 1848 comenzaron a gestarse cambios en la sociedad, bajo
una doctrina que incitaba a defender la religión, pues se aseguraba que el
rumbo se había perdido a causa de la codicia de la iglesia y los gobernantes, a
lo que se unieron 11 comunidades, entre las que destacan Tixmadejé, Pueblo
Nuevo, Detiña, San Pedro de los Metates y Dongú, por mencionar algunas.
Esta división generó una guerra de castas entre las
comunidades y las personas de la cabecera municipal, provocando persecuciones,
cuyo saldo fue de al menos 200 personas detenidas y 30 líderes indígenas
fusilados en el centro de nuestro municipio, un trágico episodio dentro de la
historia acambayense.
De este confrontamiento, surgió la paz entre ambos bandos,
plasmado en un olivo que figuraba en el atrio de la iglesia, pues en 2016 fue
derribado, llevándose al último testigo de este hito.